Viaje en bici
Hicimos un viaje en bici en afán de conocernos un poco más. Salimos de Bernau y aunque nuestro destino no era preciso, teníamos esta idea de llegar al mar Báltico. Hicimos un viaje en bici para pasar tiempo juntos y para que yo entendiera si es algo que me gustaría hacer con más frecuencia.
A la mitad del camino de nuestro primer día, nos encontramos con un lugar perfecto para descansar. En medio del sendero había un pequeño montecito con una mesa techada hecha de madera. La vista se enmarcaba por un par de árboles que de fondo mostraban un lago azul turquesa. Nos quedamos en silencio contemplando el ir y venir de los pequeños botes que por ahí pasaban.
Comencé a resentir las piernas, pues era la primera vez que pasaba más de dos horas andando en una bicicleta. El primer día nos quedamos a unos 75 km de Berlín en casa de J y T. Hace poco, ellos compraron una de esas pequeñas casas de campo, de esas que están rodeadas de mucho jardín donde se puede plantar todo tipo de árboles. Su casa es un espacio en paz. Incluso tienen una pequeña pared para hacer Bouldern, la cual T inclina para escalar con mayor resistencia.
Descubrí que cuando estoy cansada, soy aun menos sociable. Grato fue encontrarme rodeada de otros tres introvertidos. Estuvimos un rato sentados escuchando música y llevando la vida con calma. E y yo pusimos nuestra pequeña tienda en el jardín. Dormimos bajo el sonido de los animales y pequeños pájaros de campo que velaron nuestro sueño.
A la mañana siguiente, partimos a nuestro siguiente destino: Dargitz, a uno 80 km de ahí. Ese fin de semana lo pasaríamos en casa del Dänz Gänz “Gang” como me gusta llamarle. Cada verano ellos organizan un pequeño festival, en un lugar que compraron hace algunos años. Es una antigua granja que poco a poco van remodelando como hogar. Fue un fin de semana muy divertido. Bailamos el Techno set de H en un pequeño cuarto con dudosa ventilación. Genuinamente, disfruto bailar ese tipo de música. Era un perfecto día de verano, pues, la noche no estaba envuelta con el característico frío que abunda durante el año. Encontramos un mirador para ver las constelaciones en el cielo y vimos el atardecer a través de la ventanita del pequeño sauna de madera que construyeron en la casa.
E y yo hemos ido aprendido más el uno del otro. Cómo vemos la vida, que cosas nos emocionan, que nos da miedo, que nos lástima. Poco a poco vamos construyendo nuestra forma tan única de darnos amor y espacio. Nos conocimos de una forma muy aleatoria. Cualquier variante en el sentimiento de aquel día habría llevado mi último año en Berlín por una historia completamente diferente. Quizá habría pasado más tiempo para que me comprara una bicicleta y me animara a hacer viajes en ella.
Tengo una loca idea que espero concretar. Nunca he ido a Japón, pero al parecer, también puedes recorrer Japón en bici. Es algo que me gustaría hacer con E. Quizá el próximo año. “Cuando aguantes 100 km por día y después 100 km por día en los Alpes, estarás lista para Japón”, señaló F.
Salimos de Dargitz con destino a Usedom. Llegaríamos después de que el último ferry saliera, así que decidimos acampar justo a un lado de donde partiríamos a la mañana siguiente.
El atardecer fue de los atardeceres más lindos del viaje. El agua que rodea la isla se volvió más rosa a medida que el sol se ocultaba en el horizonte. No puedo evitar sonreír de solo recordar ese momento. Son momentos así los que me hacen sentir feliz. El “efecto atardecer” conlleva a volverte reflexivo. Pensé en mi familia en México, en mi hermana, en mi mamá, en Mabú, en si aún hace sentido traer a Lola, en mis tíos, en mi relación con E, en lo que quiero de mi trabajo y en mi vida. También pensé en mi papá y en que llevo postergando como un mes una tarea que me dejó mi psicoterapeuta: escribir una carta para mi papá.
No sé porque me da tanto miedo escribirla. Quizá por evitar el dolor que me ocasiona saber que mi relación con él no es buena. A mi hermana y a mí nos pesa cuando escuchamos historias de amigos que son cercanos con su papá. Ella y yo no tuvimos eso. Un papá que nos prepara la cena, que fuera por nosotras a la escuela o que nos enseñara a andar en bicicleta. Mi mamá fue la que nos enseñó a andar en bici sin siquiera ser capaz de subirse a una. Así fue siempre. Yo había tenido esta idea de que no me hizo falta, pues mi mamá siempre intentó ocupar los dos espacios. No obstante, ahora que intento conocerme un poco más, me doy cuenta que por mucho tiempo me sentí abandonada. Cuando uno carga con esa herida y no es consciente de ella, se acostumbra a actuar de formas no muy saludables. Hay ciertas situaciones que nos afectan más por no haber trabajado ese dolor. Te acostumbras a depender emocionalmente de otras personas, a aceptar cualquier trato con tal de no sentirte abandonado. No podría decir si mi papá es o no buena persona, pero sé que es un ser humano con muchos traumas, al igual que todos, y que por alguna razón no encontró el motivo o la fuerza para trabajarlos. Quizá simplemente nunca supo como hacerlo. Intento recordar la última vez que lo vi. Creo que fue cuando tuvo el accidente. Nunca me había sentido tan triste. La situación era decadente. Pensar que tu papá puede estar a punto de morir sin haber logrado mejorar la relación, desencadena muchas emociones. Lo he intentado muchas veces. Probablemente sigo sin sanarlo, espero hacerlo algún día. Desde que vivo aquí he aprendido que las cosas no son para siempre. Los momentos que creemos infinitos lo son solo en nuestras memorias, mientras seamos conscientes, mientras estemos vivos, o mientras alguien cuente nuestras historias. Quizá solo por eso escribo y guardo algunos momentos en este pequeño espacio.
Hicimos un viaje en bici en afán de conocernos un poco más. Salimos de la ciudad y aunque nuestro destino no era preciso, teníamos esta idea de llegar al Báltico. Hicimos un viaje en bici para llegar juntos al mar. No tenemos un destino claro. Solo quiero absorber todo lo que pueda de los días en mi vida. Los baños de sol, los desayunos en el balcón y las mañanas tranquilas existiendo juntos.
M